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Madrid, 9 de mayo de 2020

Estos días que vivimos convulsos, más internamente que externamente, son inauditos. No los hemos vivido antes. Por eso es un momento excelente para ver y para vernos.

Me han preguntado muchas veces que si creo que vamos a cambiar después de esta crisis y no he sido muy optimista al respecto. Lo que sí observo es que es el momento en el que hay que «retratarse». Es decir, que ahora hay que tomar partido por cómo quiero vivir y qué quiero cambiar. Nos estamos «retratando» con nuestras opiniones y nuestras acciones. Y estoy escuchando mucho una palabra: Empatía. Me llama poderosamente la atención esta creencia de la supuesta empatía en los seres humanos.  «Yo soy muy empático» o «empatizo mucho» se ha convertido en un soniquete que ya comienza a ser un lugar común.

¿Somos realmente empáticos? ¿Se puede ser empático con un país? ¿Cómo vivimos la empatía en el día a día? ¿Qué acciones realizamos para comprobarlo?

¿Se puede ser empático con un país?Porque es posible que así sea y cuando un país se conmueve con la muerte, la angustia y el miedo ¿somos empáticos con el país?

Es muy posible que yo me pueda poner en el lugar de los demás. Si, no es difícil viajar con la imaginación a los hospitales, a las residencias de mayores o a los hogares de las familias que no han podido despedirse ni ver a sus muertos. Y ¿qué es lo que yo estoy haciendo con ello?

Cuando el miedo nos invade, como ahora, quizá falte empatía. La convivencia se comienza a resquebrajar. Y en España de eso sabemos mucho.

El hecho, imagino que anecdótico, de los que querían expulsar a sus convecinos porque trabajan en un hospital es falta de empatía. «Yo me tengo que salvar y excluyo a quien me inspira temor y me puede llevar a la muerte». Eso es pura supervivencia. Los aplausos a los sanitarios,  los carteles de los niños en los balcones, se han resquebrajado socialmente a las pocas semanas.

Es por eso por lo que la empatía no se posee como un don natural sino que se aprende y se desarrolla.

La aparición de los «policías de balcón» es algo que conocemos  desde hace siglos en nuestro país. Ya he nombrado a la Inquisición en este lugar anteriormente. Es una actitud muy «española» la de vigilar al otro» detrás de los visillos. Entretenimiento de los tiempos de antes de la televisión y ejercicio de presión ante la falta de independencia en las pequeñas localidades. Federico García Lorca lo dejó negro sobre blanco en su obra teatral. Cuando se hablaba de la evolución de los españoles en las ultimas décadas me maravillaba de esa nueva creencia que se parecía más al «traje nuevo del emperador».

No me voy a extender con las Redes Sociales, especialmente Twitter. Para mí, un gran espejo del sentimiento de odio que ha catapultado a muchos países a confrontamientos sangrientos. Y no hablemos de la mediocridad que trae aparejada esos sentimientos de odio, desprecio y envidia.

La empatía, insisto, es una habilidad que no es fácil de adquirir. Se trata de una actividad que requiere de nuestra disposición para querer entender qué hay detrás de las emociones del otro con el fin de conectar con él. Es una habilidad social que tiene que ver con los sentimientos y las emociones. Pero no se trata de sentir lo que los demás sienten. En todo caso, a eso lo podríamos llamar simpatía. No se puede empatizar sin sentir antes al otro. Es decir, la simpatía es un proceso emocional que sirve para poder sentir a los demás y la empatía una capacidad.  

Resumiendo, es sentir lo que tú sientes y tener el discernimiento para entender el porqué estás así.Se puede ser empático

Como escribí en mi libro «Despierta tu poder de Seducción«, la comunicacion con el otro pide ser entendida desde la comprensión empática por delante de la comprensión intelectual. Si no es así, se corre el riego de que la intelectualidad bloquee la parte emocional de la empatía, imprescindible para conectar rápidamente con el otro.

Por ello, identificarse con una ideología o partido político no es algo empático, sino simpático. Es algo que me hace sentirme incluido y perteneciente de una forma mayoritariamente emocional. Es por eso por lo que muchas naciones han llevado a sus pueblos a la guerra u otros tipos de desastres.

Y eso es lo que para mí es, simplificando, la empatía: Conexión.

Para que entre tú y yo se desarrolle una relación de empatía es necesario que me olvide un momento de mi mismo y de mi forma de ver el mundo para poder acercarme a tu mundo, como si quisiera aprender un idioma desconocido. (Op. Cit.)

Brené Brown lo explica también así: La empatía es ser sensible con las personas. Al mismo tiempo, elegir tener empatía es permitirnos conectar con los demás. Es un lugar vulnerable donde ponemos un poco de nosotros para reconocer la situación de la otra persona. Al final, lo que mejora la situación no es tener el consejo perfecto, sino establecer una conexión entre las dos personas.

¿Se puede ser empático con un país? ¿Puedo ponerme en su lugar? Para ello necesitaría sentir lo que siente ese país, ponerme en su piel y luego saber el porqué se siente así, libre de juicios y de creencias.

Si pertenezco a un país me puedo poner en su lugar más fácilmente que si siento que no pertenezco completamente o que es de otros. Y no sé si lo de «las dos Españas» ayuda mucho en este sentido.

¿Qué necesita mi país? Y, sobre todo, ¿cómo lo sé yo? Y sigo preguntándome, ¿un país desea el enfrentamiento, el odio dentro de sí mismo? ¿ O se trata más bien de un patrón inconsciente heredado desde hace siglos y del que no podemos librarnos fácilmente?

Ya he escrito sobre lo que son los patrones sistémicos nacionales en este blog.  Por ejemplo, despedirse de sus muertos es lo que muchas familias llevan pidiendo desde hace décadas tras la Guerra Civil. Hoy está sucediendo lo mismo: muchas familias no están cerca de sus enfermos en los hospitales, ni han podido hacerle un velatorio.

Los que mueren hoy, nuestros mayores, son las generaciones de la guerra y, sobre todo, de la posguerra. Los que pasaron hambre y  miedo, los que sobrevivieron a  «los años del hambre». En España se está repitiendo lo generacional. Esta llamada millennial la forman  jóvenes que padecieron la anterior crisis financiera, y que en muchos casos habían logrado encauzar su vida. Ahora van a volver a padecer los efectos laborales y personales por la pandemia. Y, posiblemente, se va a ver abocados al desempleo o a trabajos precarios o inestables. Dificultad para formar familias y un futuro donde un país esté compuesto mayoritariamente por viejos. ¿Llegará posteriormente una generación que se asemeje a la del «baby boom» y se vaya repitiendo el patrón?

¿Son estos patrones sistémicos españoles?

Es posible que, si miramos a un país como a un ente vivo, se crezca en el conflicto. Es una ley de desarrollo. Sistémicamente, el equilibrio de un sistema está permanentemente en movimiento… para su avance, para su progreso. Los conflictos que vivimos ahora distan mucho de conseguir progresar como nación.

Un país no es solo una forma de gobierno, o su gobierno, no es únicamente su estructura social, su carta magna o su parlamento. No es solo sus instituciones o sus banderas. Tampoco es solo sus habitantes o una parte de ellos, ni su fauna ni su flora. Ni sus costas, montañas o limites geográficos  inventados en algún momento de la historia. Un país es todo eso y mucho más.

A mí me encantaría participar en romper este patrón, esta especie de  maldición atávica. Y crear algo que, poco a poco, hiciera desaparecer este conflicto cainita. Rosa Montero, en un bellísimo artículo del día 10 de abril, escribió refiriéndose a los muertos por el coronavirus y sus familiares y amigos: Tenemos que hacer algo con ese ingente dolor. Y hay que hacerlo ya. Cuando la situación mejore, en cuanto podamos permitírnoslo, hay que organizar funerales de Estado y ceremonias colectivas como esos tres minutos de silencio que hicieron en China. Pero mientras llega ese momento podemos honrar a los muertos de algún modo, hacer pequeños gestos. Pues sí, por qué no colocar, por ejemplo, un pequeño lazo negro en nuestros balcones. Y por qué va a ser partidista compartir el dolor de nuestros convecinos. Y también, por supuesto, la esperanza. Para cuando salga este artículo, 15 días después de escribirlo, puede que haya alguna iniciativa de este tipo.

Aún no la hay.

Cuando sueño despierto,  imagino que en el Valle de los Caídos, se organiza un ritual de ese tipo. Un momento histórico donde todos los signos políticos, creencias, religiones que han pisado este país, se hermanan para celebrar un momento de reconocimiento y de modestia, de paz y de integración. Donde todos asumen su responsabilidad en la historia y honran el país al que pertenecen.

Este rito de hermandad lo podemos hacer cada uno y pedirlo. Es, posiblemente, una forma de sentir nuestro compromiso para salir de los patrones. Sería maravilloso que fuera multitudinario, aunque no necesario. Porque, en cada gesto, en lugar de buscar a los culpables de la situación y lanzar nuestro odio y miedo, podemos día a día, honrar a los que vinieron antes y hacernos cargo de nuestras responsabilidades. Ser empáticos con lo que siente España.

Parafraseando a John Lennon, me llamarás iluso, inocente, o cosas peores. Está bien, prefiero vivir con la inocencia de un niño que con el odio en mi casa.

Yo aún quiero vivir en un mundo mejor, y ¿tú?

Por eso te invito a que asistas a un taller donde, próximamente, vamos a trabajar desde esta perspectiva. Si estás interesad@ ponte en contacto conmigo . Muchas gracias.

Si quieres conocer más de dinámicas sistémicas  y conocer nuestra Formación Sistémica Integral pincha aquí.

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P.S.: Si quieres ver el ritual que hicimos María José Suarez y un servidor en YouTube para honrar y despedir a estos muertos, aquí tienes el enlace.

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