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¿Se curan los traumas nacionales?

Como ya escribí anteriormente, conocer el pasado nos libera. Pero ¿nos libera de los traumas? Evidentemente, el conocimiento no cura, se trata tan solo de una fase primordial para llegar a la cura. Y los sistemas nacionales, al igual que ciertas personas, tienen también sus traumas.

Como ya sabemos, pertenecemos a diferentes sistemas. El nacional es uno que nos da fuerza, otro sistema que nos une. Todo comenzó en el momento en el que el homo sapiens fue ganando en la escala evolutiva frente a los otros «homos» (Ardipithecus ramidus, australopithecus anamensis, homo habilis, antecessor, floresiensis, neanderthalensis, etc.).

Como desarrolla Yuval Noah Harari en su libro Sapiens (Penguin, 2015): La verdadera diferencia entre nosotros  y los chimpancés es el pegamento mítico que une a un gran grupo de individuos, familias y grupos. Este pegamento nos ha convertido en los dueños de la creación. Según el historiador, la victoria sobre los demás pobladores del planeta fue que los sapiens pudieron reunir a grupos grandes gracias a creencias, a «realidades imaginadas, ficciones o constructos sociales». Entre ellos se incluyen los mitos,  las religiones, así como las corporaciones o las patrias. Es decir, gracias a todo ello nos hemos desarrollado.

Y si hemos sabido crear estas «realidades paralelas», ¿no podremos crear otras que nos unan a otro nivel más humano aún, más liberador?

Las mitos y las religiones, apartados de sus puntos de origen, de su filosofía humana, han dividido y aún dividen a los homo sapiens. Han creado «traumas» en las naciones, familias y personas. Su elemento más representativo son las guerras. Y en el campo de la transmisión transgeneracional se advierte que las ideologías, ideales de educación y los valores familiares pesan y marcan los comportamientos de los individuos dentro de los sistemas naciones. Estudios más recientes han podido demostrar la existencia de fenómenos transgeneracionales en la sintomatología clínica, así como la transmisión de sentimientos (no superados) de culpa, vergüenza y de ser víctima (…) El concepto de partida de los enfoques multigeneracionales es que tanto sucesos socio-históricos, como destinos especialmente dolorosos de miembros del sistema familiar, pueden depositarse y traducirse en procesos intrapsíquicos posteriores, como afirma Diana Drexler en Trauma y Presencia (Desclée De Brouwer, 2018).

Un estudio de la Universidad de California descubrió que los hijos de los soldados de la guerra civil norteamericana que sobrevivieron a los campos de prisioneros, mostraban hasta un 11% más de propensión a sufrir cáncer y accidentes cardiovasculares que los hijos de padres que no pasaron por los campos o no fueron a la guerra, escribe Jordi Sabaté.

No estamos separados de los sistemas a los que pertenecemos, ni aún que lo deseemos con todas nuestras fuerzas podríamos dejar de «ser pertenecientes» a ellos. En todo caso, la exclusión de los mismos sería nuestra forma de pertenecer. Mas «traumática» quizá.

Si observamos el sistema España, se observa durante estos últimos tiempos como regresa (¿se fue alguna vez?) nuestra tendencia atávica al enfrentamiento: como se vienen desarrollando las elecciones repetidas y sus consecuencias, los nacionalismos de los diferentes bandos, el temor al pasado violento…

Yo soy hijo y nieto de personas que vivieron de forma directa (casi todos lo hicieron) la Guerra Civil Española y con 60 años de vida, la sigo sintiendo en mis huesos: Las experiencias de mis ancestros han marcado mi existencia. Que mi padre estuviera en el frente con 18-20 años marcó su vida, su salud mental  y física y la de sus hijos. Que mi madre viviera el miedo de la retaguardia dejó un poso de miedo en mi vida.¡ Solo decir que mis cuentos de niño eran las «batallas » de mi padre!

Y ¿qué sucede con las generaciones posteriores? ¿Son los nietos los que se llevan las consecuencias, tanto positivas como negativas? Como explica la doctora Drexler a raíz de lo sucedido en Alemania: Suelen ser los nietos, tanto de los perpetradores como de las víctimas, los primeros capaces de exponerse a trabajar y llevar así a (buen) término lo ocurrido en la generación de los abuelos. ¿Es esto lo que está ocurriendo en España?

En la reconciliación, la ética crece. La reconciliación es el jardín de la ética, porque escucho cómo te sentiste cuando yo te torturé. Thomas Hübl

Seguimos los mandatos a  nivel familiar, la moral, que si hay que ser de este u otro bando… votar a unos o otros, como nuestros padres… en ocasiones, porque mi abuelo estuvo en la guerra y le pasó esto o aquello. Es decir, seguimos a nuestra conciencia familiar «aunque nos duela». A nivel nacional se reproduce el patrón, no tan invisible, del cainismo español. Leyendo por Internet aún se puede descubrir escritos que afirman que las culturas hebrea y árabe no eran «españolas» y que la tragedia de la expulsión y de los conversos no afectó a la vida cotidiana.  Ahí están los estudios de Claudio Sanchez Albornoz, Américo Castro, Angel Ganivet, entre otros muchos para documentarse. Lo triste es que no llegue ese conocimiento a toda la población, que no ese estudie en las escuelas como un hecho fundamental para podernos entender entre nosotros.

Sin el conocimiento no podemos progresar en la sanación del trauma.

La generación posterior al nazismo vivió el «silencio» de sus crímenes  y de la guerra: estaba traumatizada y no podía salir de ahí. Hubo diferentes formas de relegar el pasado al olvido. (…) El enfrentamiento a la vergüenza  a la culpa y a los actos de un régimen criminal al que se había apoyado con el voto, y que disfrutaba de aprobación, determinó la atmósfera dentro de las familias alemanas, pero no el debate público (Drexler, op.cit.).  Los niños de la guerra vivieron con un objetivo concreto: el olvido. Y este fue reemplazado por el éxito. Había que «limpiar» las culpas de los padres, sus pérdidas, sus dolores… Y se olvidaron de hablar de lo sucedido. La culpabilización general de la generación de los padres no fue acompañada de la consideración y la empatía necesaria con su biografía (Drexler, op.cit.).

La empatía viene del conocimiento. Y en todas las familias hay silencios, secretos…

Al no haber un interés claro por desenterrar la memoria vivimos en el mito. El mito nos mantiene unidos a un nivel básico como afirma el autor de Sapiens, pero no nos eleva en nuestra condición humana. Esta forma de pertenecer se está quedando obsoleta. No hay más que darnos cuenta de que nuestra consciencia se está elevando hacia lo ecológico, lo holístico. Hacia lo que nos hace habitantes de un planeta.

Si embargo, las respuestas siguen siendo iguales. La comodidad individual o familiar nos impiden ser ecológicos. Ecológico es saber que todas las cosas se encuentran vinculadas entre sí. Entonces ¿cómo puedo mirar solo mi beneficio y taparme los ojos ante las desgracias o injusticias de otros miembros de mi sistema?

De hecho, las soluciones a nivel  individual no son tan libres como creemos. Opinamos y votamos gracias a nuestra buena conciencia familiar, en la mayor parte de las ocasiones. Este posicionamiento es lo que perpetua el  sistema: es «bueno» ser de un bando, así «pertenezco». Es obvio que es el patrón de España.

Nadie ve la película desde fuera. El mesianismo también es peligroso y sistémico en España: «Ojalá venga un salvador para arreglarlo todo». Recordemos la función de los «salvadores»: Forman parte del triángulo dramático donde «el salvador», la «víctima» y el «perseguidor» juegan un peligroso papel del que no es fácil salir. Tanto si quiero ser salvado o tengo la solución, siempre habrá una víctima y un verdugo en juego. Recordemos a los grandes salvadores de las patrias y su legado.

Dice Thomas Hübl sobre este tema: Una dinámica del victimismo es que uno puede ser la víctima, pero también convertirse en el perpetrador. Hemos visto ese giro dinámico muy a menudo en la historia de la humanidad. Por eso tenemos que hacer un trabajo interno para entender cuál es realmente el proceso interno de victimización y cómo podemos integrar el pasado lo suficiente como para poder responder a la situación actual con más fuerza.

Salirse fuera, observar los patrones que nos hacen daño y superarlos. Crear nuevos estados de conciencia. Encontrar las soluciones en lugares diferentes a los que se crearon. Esa es nuestra misión para progresar como humanos. Más allá del sapiens.

Porque una cosa es cierta: el trauma reproduce ciclos de traumatización no porque sea estúpido, sino porque viene como un movimiento inconsciente de capas profundamente enterradas en el subconsciente de la humanidad. Si no lo trabajamos conscientemente, lo reproduciremos de manera inconsciente, afirma Hübl en la misma entrevista.

Esa es la asignatura pendiente de muchos países y naciones: los racismos, los nacionalismos, las injusticias sociales… Y, por supuesto, también de España. Y de EE.UU., de Francia, de Bolivia, de Siria, de Venezuela, de Gran Bretaña, de China…

¿Estás contribuyendo alguna forma a crear esa conciencia en el campo sistémico de tu nación?

 

Por eso te invito a que asistas a un taller donde, próximamente, vamos a trabajar desde esta perspectiva. Si estás interesad@ ponte en contacto conmigo . Muchas gracias.

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