Para mi no ha sido fácil sentir que me merezco las mejores cosas que me han pasado en la vida.
¿Qué era eso de sentir que me merecía los éxitos que iba obteniendo? Ni siquiera me daba cuenta de que eran eso, éxitos. No los veía. Pasaban de largo o, incluso, los despreciaba.
Yo he sido una persona exitosa, así me considero hoy. En el pasado creía que no. En realidad, no lo aceptaba, no sentía que me lo merecía. Recuerdo que no fui a recoger algunos premios que me dieron en mi época de director de teatro alegando vagas excusas. Incluso me recuerdo llorando, con tristeza, después de haber conseguido uno de mis sueños; no lo podía asimilar. No me sentía merecedor.
“El que no valora la vida no se la merece.” Leonardo Da Vinci
Todos tenemos nuestros pequeños, medianos o grandes éxitos en nuestro camino. Y cuando me refiero a éxito no es fama ni éxito social, sino el hecho de haber conseguido nuestras metas, algún que otro sueño. Desde pequeños alcanzamos metas. Otra cosas es que nos las reconozcan o nos las premien.
Es fácil saber si sientes ese merecimiento, por pequeño que sea:
¿Celebras los pequeños éxitos y el merecimiento?
Como escribí hace tiempo: «Celebrar es una acción seductora que, en muchas ocasiones, olvidamos. Vamos de celebración familiar o por obligaciones sociales, sin embargo, que yo celebre mis éxitos conmigo mismo es algo que no solemos hacer. Conocí a una actriz joven que no celebraba sus pequeños éxitos. Comenzaba su carrera profesional y, en lugar de ser elegida para pequeños papeles y así darse a conocer, los directores de casting la seleccionaban como rival de primeras figuras del cine y la TV. Eso a ella la enfadaba: quiero trabajar aunque sea diciendo una frase, refunfuñaba y añadía, porque seguro que se lo dan a la otra. Y así sucedía, se quedaba sin el trabajo. Una especie de auto-profecía cumplida. Para mí, que la invitaba a celebrar cada paso profesional que daba, -incluidas estas selecciones para los castings, por supuesto-, tenía que haber algo que la impidiera brindar por esos avances profesionales. Y finalmente, lo descubrí: no se quería a sí misma lo suficiente, por supuesto, pero era aún más poderoso que no se sintiera merecedora de estos progresos y de que los demás la vieran tan excelente actriz como era.»
«En resumidas cuentas, en este mundo, cada cual consigue lo que se merece. Pero sólo quienes alcanzan el éxito lo reconocen.» Georges Simenon
El merecimiento tiene que ver con las creencias que nos han hecho ser como somos. Algo que comienza dede la infancia y que construye nuestra identidad. Determina nuestros comportamientos.
Para resumir, las creencias limitantes son variadas, y suelen basarse en unas pocas:
- No soy suficientemente bueno.
- No sirvo, no valgo.
- Soy inútil.
Hasta que no modifiquemos estas creencias los pensamientos girarán en tornos a estos:
- No voy a encontrar ningún trabajo…
- No estoy preparado para subir de categoría…
- Tengo miedo de hablar en público…
- No tengo nada interesante, ningún atractivo que pueda gustar a una posible pareja…
Cambia tus creencias y cambiaras tu vida. Porque, al fin y al cabo, las creencias son tan solo pensamientos, frases que hacemos verdad. Y para asegurarlo en lo más profundo de nuestro inconsciente lo «aderezamos» con un componente emocional.
«Los tiempos difíciles nunca duran, pero las personas difíciles si.» Robert H. Schuller
El merecimiento es un sentimiento que proviene de la alegría y de la aceptación de uno mismo. Me puedo decir todos los días que me merezco todo lo que deseo, sin conformarme con algo, con un poco, sino todo, y no conseguirlo porque, para ello, necesito alinear mis emociones y mis acciones. En el ejemplo de la actriz, que después de quince años aún no ha conseguido llegar a la reputación profesional de su talla y mérito, es sencillo. Quizá, si hubiera celebrado esos momentos le hubiera enviado una señal a su mente para que cambiara su creencia sobre lo que se merecía.
“Con veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado; con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen.” Albert Schweitzer
Hace poco tiempo, me encontré con esa actriz tras diez años. Sus creencias no habían cambiado y continuaba con el mismo discurso. Seguía en el mismo lugar profesional que donde la había dejado, bueno, quizá un poco más arriba. Nuestra conversación transcurrió de forma lenta ya que los temas no eran interesantes para mi. Me aburría bastante hasta que comenzó a decir que «realmente lo que le daba placer -y dinero- era dar clases de teatro a niños». En ese momento me di cuenta a qué estaba siendo fiel. El vínculo con sus padres era tan grande que no se permitía superarlos. Ellos habían alcanzado el éxito en sus vidas siendo profesores y, creo, ella no se permitía superarlos.
Sistémicamente, según Hellinger, sentimos un «amor ciego» hacia los padres.
Es tan grande que en ocasiones nos quedamos por debajo de ellos conservando nuestro rol de niños, no creciendo nunca. Crecer significa superarles, aún sintiéndonos culpables. Es más, hay que sentir esa culpa para, de ese modo, poder devolver a la Vida lo que nos padres nos dieron. Si los padres nos dieron vida, nosotros como padres lo compensamos. Si los padres llegaron a un cierto nivel, nosotros lo superaremos para honrarlos de esa manera. Es un tipo de agradecimiento, de devolución por todo lo que han hecho por nosotros. Cuando no sentimos ese merecimiento, de alguna forma, no agradecemos lo que nos han dado. Puede resultar paradójico, pero el que no devuelve suele sentirse más libre, independiente, y también más solo. El vínculo sano puede llegar incluso a desaparecer ya que buscamos culpables y ¿qué mejor culpable que los padres?
Este tema suele aparecer a menudo en los talleres de Constelaciones Familiares y resulta altamente emotivo y sanador ver como el equilibrio se restituye cuando el hijo ve cómo los padres se sienten orgullosos de su crecimiento real, de que encuentre su verdadero camino.
Y tú, ¿de qué te has sentido merecedor hoy?
La gente tiene lo que tiene, no lo que se merece, ni el que más tiene es porque se lo ha ganado, ni el que menos tiene tampoco.
ARTURO KORTÁZAR AZPILIKUETA MARTIKORENA ©
El merecimiento es un sentimiento, no algo material.