De acuerdo con la cultura japonesa, todos tenemos un ikigai, una razón para vivir, una «razón para ser». Yo lo llamo una misión de vida: Mi misión, mi ikigai.
Los nipones tienen una vida larga, 83-84 años de media y se ha hablado de su dieta alimenticia como el origen de su longevidad. Sin embargo, parece que también se trata del concepto de ikigai el que determina este factor. Con mayor precisión, el ikigai no solo se refiere a la cantidad de años que viven, sino a las ganas de vivir que poseen. Puedes vivir muchos años sin ganas y convertirte en un amargado y gruñón. Para el japonés, el ikigai le da sentido a esa vida. ¿Por qué merece la pena levantarse por la mañana? Y ¿qué sucedería si, además ese por qué, te hace incorporarte con alegría?
El concepto ikigai fue popularizado en un libro homónimo por dos españoles, Héctor López, ingeniero, residente en Japón, y el periodista Francesc Miralles. ‘Ikigai, los secretos de Japón para una vida larga y feliz’ fue publicado en 2016. López y Miralles viajaron al pueblo de Okinawa donde se concentra la mayor población de centenarios del mundo y preguntaron a los ancianos qué era lo que les movía para tener ganas de vivir. La palabra que solían pronunciar era ikigai.
Ikigai le da valor a tu vida. Te inspira para vivir por encima de lo material y de las circunstancias sociales por muy adversas que sean.
Une a la persona en el plano mental y espiritual. El ikigai no te obliga a hacer nada concreto para conseguirlo, sino al contrario, las acciones que realizas son fruto de este estado.
Ikigai se basa en cuatro conceptos principales:
1. Lo que amas (tu pasión + tu misión)
2. Lo que necesita el mundo (tu misión + tu vocación)
3. En lo que eres bueno (tu profesión + tu pasión)
4. Por lo que te pueden pagar (tu profesión + tu vocación)
Se dice que descubrir tu propio ikigai, el centro de estos cuatro elementos básicos, te ayudará a encontrar la verdadera felicidad y contribuirá a que vivas más años. Ciertamente, encontrar el centro no es fácil ya que tienes que pasar por lugares donde residen las sensaciones de inutilidad, incertidumbre, falta de riqueza y vacío. Y esto nos aleja de la felicidad.
Pero, ¿realmente tiene la felicidad que ver con el sentido de la vida? Japón no se encuentra entre los países más felices del mudo (en realidad está en el puesto 51, detrás de los primeros: Finlandia, Islandia, Dinamarca y Suiza – España en el 24).
¿Quizá la felicidad sea un estado de ánimo que tenga que incluir a la infelicidad, así como la vida incluye a la muerte?
Como en muchas ocasiones he expuesto, el alcanzar la felicidad es un espejismo de la vida moderna occidental, Hemos perdido la orientación que nos daban en el pasado, las creencias religioso-político.sociales, el respeto por la sabiduría de los ancianos o el concepto de trascendencia. Y lo hemos sustituido por algo más terrenal como la autoestima, la autoconfianza, el creer que conseguir los objetivos marcados conducirán a un lugar seguro y alegre. No digo ya el valor que le hemos dado a las posesiones materiales…. Y nos perdemos, porque ni todo esto junto nos da la felicidad ansiada. La autoestima y tener un objetivo claro dan una sensación de seguridad y de autovaloración que se difumina en el tiempo. Y es, en gran parte, porque no estamos solos, No estoy afirmando que esta forma de vivir no sea positiva para muchos que se encuentran en laberintos o pozos profundos, en absoluto. Lo que sucede es que no nos acerca al centro, a nuestro ser esencial, al ikigai. Esa forma de vivir nos aloja en los huecos que, como agujeros negros, se nos tragan, a la larga, en mares de insatisfacción.
Y nos perdemos en esos lugares que nos puede dar un trabajo satisfactorio y bien remunerado, pero alejado de la vocación. O experiencias llenas de pasión y alejadas de lo que el mundo necesita.
Creo que uno de los objetivos más alejados para la persona occidental es ese concepto de estar alineado con «lo que el mundo necesita». Esa visión holistica del dónde nos encontramos, de cuál es nuestro lugar en el mundo, está a años luz de lo que los padres enseñan hoy a sus hijos, especialmente en países sin memoria. Si tenemos una misión en la vida, un ikigai, necesitamos pertenecer al mundo, al país, al barrio… Porque, en definitiva, tenemos que encajar en el mundo en que vivimos con algún sentido vital. Si no, una pata del ikigai falla.
Y luego llega una pandemia que nos coloca a todos en nuestro sitio. Me pregunto en qué hemos basado nuestra felicidad en este año que llevamos con ella.
Es posible que algunos (o muchos) estén aún pensando en que el pasado volverá, en que todo será como antes, y ese pensamiento les conceda un poco de felicidad. También hay otro grupo numeroso que crean (aún hoy- lee mi artículo de hace un año-) que todo va a ser mejor en el futuro…, que esta crisis nos va a hacer mejores… O, quizá, otros se acomoden a vivir en el presente sin expectativas, trabajando para el futuro firmemente anclados a su ikigai: su vocación, su profesión, su pasión y, sobre todo, su misión de vida.
Lo que es cierto es que los casos de depresión, ansiedad, falta de animo y de fuerza vital, han aumentado en un 80%. Y este puede ser un buen momento para no poner parches, sino para mirar por dentro ese ser esencial, holístico y transcendente que somos.
Lo que no tiene sentido no tiene valor. Sócrates
En estos tiempos de nihilismo hemos descuidado nuestra conexión con la Vida, así en mayúsculas. Y hemos perdido el «sentido de la vida». El mundo Occidental, a diferencia del Oriental, se perdió entre lo científico y lo racional, olvidando nuestro concepto de transcendencia, de buscar más allá, de no conformarnos con lo que vemos o tocamos. Trascendencia es un concepto que designa aquello que va más allá o que se encuentra por encima de determinado límite. En este sentido, la trascendencia implica pasar de un lugar a otro, superar una barrera. Proviene del latín transcendentĭa, que a su vez se compone de trans, que significa ‘más allá’, y scendere, que traduce ‘trepar’ o ‘escalar’. Podemos transcender física o simbólicamente. A un nivel espiritual o filosófico, la trascendencia está vinculada a aquello que está más allá del mundo natural. Lo trascendente está asociado a lo inmortal y a lo esencial.
Si dejamos de juzgar por un momento ¿no encontraríamos dentro de nosotros algo esencial? ¿Algo que sabemos que tenemos pero que no hemos alcanzado aún?
Recuerda que el ikigai engloba los dos aspectos: el terrenal y el espiritual. Creo que es fácil identificarse con nuestra pasión si la proyectamos en la profesión. Es fabuloso que todo ello provenga de mi vocación. Sin embargo ¿qué hago con «eso que el mundo necesita»? ¿Cómo encajo con «el mundo» si me han educado en el mayor de los individualismos? ¿Encontrar el sentido a la vida o tu misión de vida no sería, en este caso, trascender?
Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia. Aristóteles
Mas cerca del pensamiento oriental, en los orígenes filosóficos occidentales, Platón se pregunta sobre el sentido de la vida. Y se contesta que «este se halla en la consecución de una forma superior de conocimiento, la cual es la idea del bien, de la cual todo lo bueno y lo justo obtiene utilidad y valor». Es decir, una vida llena de valores trascendentes,
Quizá haya personas que nada esperen de la vida, pero la vida sí espera algo de ellas. En vez de pasar todo el tiempo con preguntas e interrogantes sobre el sentido de la vida, el ser humano debe responderle a la vida que le cuestiona de una manera constante y continua. Y esto lo hace, o lo puede hacer, cuando toma conciencia que es más que su vida.
Tomar conciencia de la vida es un acto grande, que ennoblece a los seres humanos. Es detenerse a reflexionar -ahora que parece que la vida nos ha dado un respiro con la pandemia- sobre un «para qué» vital.
Y esa respuesta no la encontrarás fuera de ti sino dentro, ese lugar donde pocas veces miramos. Porque sino te pasará como a la fábula de la rana, que un un primer experimento fue introducida en la olla hirviendo y dio un salto para huir despavorida. Pero que en la segunda vez, al estar la olla con agua fría, se confió y descansó. No se daba cuenta de que el agua se fue calentando poco a poco y se adormeció. Finalmente, acabó muriendo cuando el líquido llegó a su punto de ebullición. Así somos los que nos metemos en rutinas, «zonas de confort», comportamientos vitales que nos adormecen y nos llevan a la muerte. Pongo por ejemplo la nueva adición llamada Netflix o el resto de plataformas de contenido audiovisual en streaming. Para mí, un buen ejemplo de no mirar al interior, justificado insulsamente.
Los placeres hedonistas son como calorías vacías: no aportan nada. Todo indica que, a nivel celular, respondemos positivamente a un bienestar psicológico basado en la conexión y el propósito. Barbara Frederickson
Después de este año sin escribir en este blog, lo que se que me ha dado fuerza para superar las dificultades, enfermedad y otros accidentes del 2020 y parte del 21, ha sido estar en mi centro, en mi ikigai, estar vinculado en cuerpo y alma a mi misión de vida. Mi misión de vida me ha dado la oportunidad de no perderme en caminos fáciles. Me ha permitido estar en contacto con el amor profundo a los seres humanos y encontrar «milagros» a mi alrededor. Porque los milagros existen y yo he vivido claramente más de uno en este tiempo.
Se debe elegir entre la comodidad y la verdad. Si eliges el placer de crecer, prepárate para sufrir dolor.
¿Quieres menos dolor? Anda, regresa con la manada. Friedrich Nietzsche
Si revelo mi ikigay, se resumiría así: Sé en qué soy bueno personal y profesionalmente, lo cual me conecta con mi pasión. Me pagan por ello ya que está conectado con mi vocación. Hago lo que amo, y lo que amo y hago tiene que ver con mi misión de vida. Lo que yo llamo mi ikigai (mi misión) es trascendente, no la he elegido yo y creo que es completamente necesaria para el mundo. No en vano mi misión se resume en esta frase: Creo en un mundo donde el amor conduce a la libertad.
Y sé que puede parecer extraño que afirme que yo no he elegido mi misión en esta vida, sin embargo, es así. Es la parte de mi que se eleva en el plano espiritual, es la parte transcendente que todos tenemos. Es mi conexión con todo a lo que pertenezco, en todos los planos de la vida. Lo llevo en mi vocación, en mi profesión, en lo que soy bueno y en lo que el mundo necesita.
Si quieres saber algo sobre tu misión de vida, te invito a que me conozcas un poco más y pueda acompañarte en ese camino. Pincha aquí si quieres tener una entrevista gratuita conmigo.
Me encanta el contenido
Muchas gracias, Alejandro.