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¿Desde dónde hablamos cuando hablamos en público?

El que sabe pensar pero no sabe expresar lo que piensa está al mismo nivel del que no sabe pensar. Pericles

Aunque pueda parecer una pregunta redundante, para mí tiene sentido. La respuesta fácil: desde el estrado, escenario o atril. Las otras: desde la autoridad, desde la distancia, la formalidad, desde el aleccionamiento.

Este post me lo inspiró mi amigo Tato que me envió un video de un compañero que, en una charla TED, hablaba de valores. El texto era impecable, sin embargo no emocionaba. Hace unos meses, otra persona me envío otro TED para que se lo comentara. Contaba en la charla la superación de su cáncer, sin embargo, a mí no me llegó a emocionar en ningún momento. Y eso que era la primera vez que tenía noticias de su enfermedad.

Cuando miro intervenciones de oradores de otros países no me ocurre esto. Me emocionan, o al menos buscan emocionarme a través de su trabajo. En España no es fácil encontrar personas así. Ya lo he comentado en alguna otra ocasión.¿Desde dónde hablamos cuando hablamos en público?

Nuestros modelos son arrogantes, encarnan una máscara de soberbia que esconde sus debilidades, escribí hace cuatro años.

Al no ver cambios, sino el incremento de lo mismo, me vuelvo a hacer la pregunta.

¿Para quién habla el orador español?  Y ¿desde dónde?

La luz viaja más rápido que el sonido. Por eso algunas personas parecen brillar hasta que abren la boca. Albert Einstein

Si retrocedemos en la Historia Moderna de España, nos encontraremos con un modelo autoritario, en su mayor parte, que ha dictaminado la direccion de sus habitantes hacia el «bien común». Es la voluntad de sus gobernantes sobre sus gobernados donde la libertad de los últimos decrece tanto más grande es el poder detentado. La lucha por las libertades marca la historia de la humanidad. A mayor libertades individuales menor es la del Estado. Y es ahí donde aparece el concepto de paternalismo como algo peyorativo. De tal forma los dirigentes y lideres que se inspiran en el paternalismo, actuarían cómo padres autoritarios con sus hijos, en este caso, los ciudadanos. Ellos necesitan de alguien que les enseñe qué decir y cómo actuar y estos son los mandatarios paternalistas.

A nivel político, el paternalismo se asocia con el autoritarismo. Bajo el argumento de “proteger” a la población, el gobierno paternalista recorta las libertades, tal como haría un padre que niega un permiso a su hijo porque considera que aquello que podría realizar resulta peligroso.

Para el Derecho constitucional, el Estado paternalista es aquel que limita la libertad individual de sus ciudadanos con base en ciertos valores que fundamentan la imposición estatal. De esta manera, se justifica la invasión de la parcela correspondiente a la autonomía individual por parte de la norma jurídica, basándose en la incapacidad no real o ineptitud de los ciudadanos para tomar determinadas decisiones que el Estado considera correctas. Ejemplos de estas normas paternalistas serían la obligación que tienen los conductores y ocupantes de vehículos de llevar abrochado su cinturón de seguridad o las leyes que penalizan el consumo de drogas.

Esto ha sido obvio durante el pasado y mucho más evidente durante el franquismo que convirtió al dictador (en realidad, todos se compartan de esta forma) en el «padre» de los españoles. Lo que sucede es que con los estados del wellfare, esto continúa. José Carlos Abellán escribe en el año 2006: La consideración – típica del Estado Social – del Estado en sus diversos organismos e instituciones, como proveedor de determinados bienes, podría favorecer un ejercicio paternalista de sus funciones […] Tenemos, pues, un Estado que «crece», porque frecuentemente, más allá de determinadas ideologías, los ciudadanos así lo quieren, demandando de él cada vez mayor numero de prestaciones y esto acrece su poder su protagonismo con el riesgo paternalista.

Hablas correctamente cuando tu lengua puede transmitir el mensaje de tu corazón.  John Ford

Y bien, ¿para qué toda esta introducción sobre el paternalismo?

Está inmerso dentro de nuestra cultura, vivimos ese paternalismo político desde hace centurias y se refleja en los estrados sin darnos cuenta. Podríamos decir que es algo inconsciente, de nuestro inconsciente colectivo. Algo tan cultural que, quizá, lo hayamos exportado incluso a los países que hablan nuestra lengua y recibieron nuestras raíces.

Para mí, cuando escucho a la mayor parte de los oradores de nuestro país, me encuentro ante un padre o una madre que necesita aleccionar a sus hijos para que encuentren el «camino correcto».

Ausentes de emociones, desde la razón más árida, buscan convencer con la mayor de las distancias posibles de que lo suyo es lo correcto, cuando no lo único. ¿Me subo al estrado y ya soy «alguien»? ¿Soy «más que tú? ¿Tengo el «poder»? Del paternalismo a la idea del complejo de inferioridad o superioridad nacidos de la baja autoestima hay un paso.

Me siento como un niño que, a veces no sabe hacia dónde dirigirse. En otras, un infante que ha cometido una imprudencia. Las que mas, las de los políticos, me siento como un joven ante unos padres enfadados en todo momento y que ya olvidaron el porqué de su enfado.

Pero, de una forma más básica, cuando escucho como público me encuentro distante. Ya sea el tema de superación personal de una enfermedad mortal, o de, incluso de valores en los que creo. Me siento ante una barrera hecha de miedo. Miedo a mostrar las emociones propias de una persona que ha tenido vivencia o que cree en algo que le hace trascender. Temor a sentirse vulnerable en la proyección del discurso. Miedo a mostrarse como realmente es, genuino, sin máscaras.

Me falta ver el valor en los escenarios de la oratoria española. Me sobran profesionales del «discurso bien hecho». Y echo de menos alguien que me levante de la butaca porque me ha emocionado, ya sea un escritor, un político o un científico.

Y pido más personas que sepan que  preparar una presentación sin el público en mente es como escribir un discurso de amor empezando con: “A quién le pueda interesar”. Ken Haemer.

Afortunadamente, desde instituciones como la Fundación Rafael del Pino y otras, se están llevando a cabo tareas para cambiar la forma de liderar en España.

Si quieres saber más sobre cómo comunicar en público entra en mi web.

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