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Conócete a ti mismo.

En la Antigua Grecia, los peregrinos que se aventuraban en el viaje hacia Delfos para escuchar el vaticinio que lanzaba de forma ambigua la pitonisa desde el Oráculo, al llegar al santuario se encontraban con una inscripción franqueando el Templo de Apolo.

De paso obligado, aquellos que buscaban la seguridad en la predicción de su futuro, tenían que leer la siguiente frase del templo: “Conócete  a ti mismo”.

Solemos decir que Grecia fue el lugar donde comenzó la cultura occidental, nuestra referencia, pero no podemos olvidar que los habitantes de esa zona del planeta, a su vez, habían recibido sus influencias filosóficas de Oriente.

Sin embargo, si que fueron los griegos los creadores del teatro occidental, un arte que en su origen nació de los ritos agrarios en la Antigua Grecia y se emancipó de los rituales religiosos. Como demuestra Francisco Rodríguez Adrados en su Fiesta, Comedia y Tragedia. Sobre los orígenes griegos del teatro, el teatro griego, tanto la tragedia como la comedia, se origina en una serie de rituales no dionisíacos.

En sus escritos insiste en que el teatro griego proviene de la fiesta, evento en el que se contaban y mimaban los antiguos mitos, reviviendo los orígenes del mundo e instruyendo a las nuevas generaciones.

Para el académico, el teatro griego, en sus orígenes, se inspiró en una religión de tipo popular, naturalista y centrada en los momentos esenciales del desarrollo del ser humano, que no distinguía entre lo profano y lo sagrado, lo trágico y lo cómico, lo bueno y lo malo.

Teatro y Terapia

Teatro y Terapia

“Curiosamente”, en las representaciones de esta época, los actores llevaban máscaras para proyectar la voz y no por casualidad, esta palabra, “máscara” significaba “persona”. en su traducción.

Pienso que hoy, cuando construimos personalidades, en el fondo, estamos construyendo máscaras.

Es decir, algún tipo de protección que nos permite seguir hacia delante de una forma incompleta. No me parece que sea muy generalizado el “conocerse a si mismo”.

Miles de años mas tarde en nuestros avances como humanidad, continuamos con la senda abierta en Occidente por Grecia y su filosofía, y sobre todo con las conquistas que nos ha legado la Psicología y Oriente.

Por una parte, Sigmund Freud, pionero hoy denostado, comenzó a hablar del inconsciente como ese lugar donde se encuentran los deseos, instintos y recuerdos que reprimimos por resultarnos inaceptables, fundamentalmente a causa de nuestras propias valoraciones morales.

Freud dijo que la meta de la terapia era hacer consciente lo inconsciente, y no se equivocaba.

Por otra parte, la influencia de Oriente en los siglos XIX y XX ha sido decisiva y fundamental para nuestro enriquecimiento.

Si bien su filosofía está denigrada por parte del pensamiento occidental debido a su religiosidad y su misticismo, de lo que no hay duda es que sus ideas nos acompañan hoy en el camino del autodescubrimiento: “la realidad es cambio, el universo es unidad armoniosa donde todo se corresponde y por ultimo el ser humano es capaz de transformarse”.

Esta especie de mantra o resumen de las ideas de la filosofía oriental va penetrando más y más cada día en nuestro pensamiento occidental.

La pieza clave del encuentro de estas dos piezas es el discípulo de Freud, C. G. Jung. En sus avances aceptó las teorías de Freud pero no reduciendo el inconsciente a algo meramente personal, sino ampliándolo y afirmando que el “inconsciente personal” será sólo el más superficial de todos los estratos donde el más profundo es el “inconsciente colectivo”.

Así el inconsciente colectivo es  dominio de toda la humanidad. Jung llega a esta hipótesis por varios datos. Primero, el importante  parecido entre ciertos «símbolos» encontrados en civilizaciones muy separadas en el tiempo y en el espacio y que luego, Jung descubriera que algunos de esos símbolos universales aparecen en sueños o en dibujos espontáneos de sus pacientes.

Es decir, algo más allá que la propia especie, nos une.

En Jung las ideas de Oriente calan profundamente y no en vano escribe: Occidente está tomando conciencia de los rasgos particulares de la espiritualidad oriental.[…] En lugar de aprender de memoria las técnicas espirituales de Oriente, e imitarlas con una actitud forzada, sería mucho mejor encarar este asunto procurando descubrir si existe en el inconsciente una tendencia vertida hacia dentro, similar a la que se ha convertido en principio espiritual conductor de Oriente. […]

Si arrebatamos estas cosas directamente a Oriente, no haremos sino acceder a nuestra tendencia adquisitiva occidental, confirmando una vez más que «todo lo bueno está en el exterior» cuando en realidad tendríamos que buscarlas y extraerlas de nuestra áridas almas. […] Debemos acercarnos a los valores orientales desde dentro y no desde fuera, buscándolos en nosotros mismos, en nuestro inconsciente.

Descubriremos entonces cuánto miedo le tenemos al inconsciente, y qué formidables son nuestras resistencias. Debido a estas resistencias negamos lo que para Oriente parece tan obvio, es decir, el poder autoliberador de la mente vertida hacia dentro.

Entre las resistencias que nombra Jung, está la “sombra”, en principio el guardián de su inconsciente y, posteriormente, lo que reprimimos desde temprana edad para satisfacer los deseos de los demás y que se va ocultando cayendo en un superficial olvido.

En sus propias palabras: La sombra es… aquella personalidad oculta, reprimida, casi siempre de valor inferior y culpable que extiende sus últimas ramificaciones hasta el reino de los presentimientos animales y abarca, así, todo el aspecto histórico del inconsciente.

En su mayor parte, la sombra se compone de los deseos reprimidos y de los impulsos incivilizados que hemos excluido de nuestra propia auto imagen, es decir, de cómo nos vemos a nosotros mismos y de cómo queremos que los demás nos vean.

Es por ello por lo que los griegos llamaron “máscara” a nuestra “personalidad construida”. Nuestra idea de “persona” es el  símbolo y la representación de nuestra imagen publica; por lo cual, la persona es una máscara con la cual nos disfrazamos en el momento de presentarnos al mundo.

Es la necesidad de causar una buena impresión en el otro, el ser aceptado, el poder pertenecer de acuerdo a los parámetros que la sociedad exige.

Y en estos momentos del siglo, cuando todo parece que se resquebraja a nuestro alrededor, cuando hay una necesidad imperiosa de conocerse a uno mismo, parece que la corriente social nos lleva mucho más a adaptarnos a los demás, a parecernos a los otros.

Esta “crisis”, nos está llenando de miedo, de pánico, parece que nos inmoviliza en un sentido personal de avance. La necesidad o el ansia de ser aceptados provocan contradicciones internas difíciles de resolver. Y por tanto nos aferramos más aún a  nuestras máscaras.

Jung dijo que “todos nacemos originales y morimos  copias”. Si nuestro mundo tiene un escáner donde se mide la aceptación social, nuestra “máscara” será el chip que nos identifica como aceptables para vivir  en este mundo donde ya muchos nos estamos convirtiendo en copias.

Y ¿cuántos de nosotros nos ponemos delante de nuestra sombra para darle luz?  Conocernos a nosotros mismos es esto que da miedo,  nos conecta con el dolor, con los deseos reprimidos, con nosotros en nuestra totalidad. Alumbrar la parte oscura, desconocida, “la sombra”, es entrar en esa dimensión de nuestro ser esencial.

En esto consiste, de forma directa, Psicoescena©, un taller terapéutico que une Constelaciones Familiares y el Teatro y que realizamos cada dos meses en el Centro Mandala.

(Publicado originalmente en Verdemente, en julio de 2013)

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