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¿Te has preguntado alguna vez para qué has nacido? ¿Cuál es tu misión en la vida, tu sueño?

Seguro que sí, y es una de la preguntas que nos solemos formular en la adolescencia y que vamos olvidando, bajo el peso de esas supuestas e impuestas responsabilidades, que nos acorralan ante el miedo del perder…

O quizá no te lo hayas preguntado nunca.

¿Para qué has nacido? ¿Te lo preguntas ahora mismo? ¿En estos últimos días, meses, años?

¿Cuál es tu misión en la vida, tu sueño?Quizá recuerdes cuantas puertas se te abrían cuando comenzabas al salir al mundo. Puertas y ventanas de posibilidades, de dudas, de incertidumbres.

Y cuántas se te iban cerrando (o cerrabas tú) porque tenías que elegir pronto lo que estudiar. Siempre decidir entre algo, entre Ciencias o Letras, diestro o zurdo, soltero o en pareja, o que te habían dicho que tenías que hacer y lo que querías realmente hacer.

Cuántas posibilidades se quedaron en el charco de las lágrimas no liberadas… Cuántos experimentos y ensayos de probables vidas, de diferentes personajes vividos hasta el final del acto, no fueron iluminados por el reflector de la experiencia…

Y, como dice una amiga, ¿por qué no aprender a escribir con las dos manos en lugar de con una? O ¿por qué no interpretar tantos roles como nos dé tiempo en nuestro comienzo de la andadura vital?

Esto que, en ocasiones, llamamos sueños se han ido, muchas veces, quedando enterrados en ataúdes de «normalidad» o de «adaptabilidad». Allí sepultado queda tu sueño.

Lo verdaderamente triste es que muchos de ellos tenían que ver con nuestro verdadero ser, con nuestra verdad más profunda, con nuestro destino, quizá.

Y no es lo mismo preguntarse para qué has nacido que por qué has nacido.

Y no es lo mismo preguntarse para qué has nacido que por qué has nacido.

Esta última tiene multitud de respuestas, todas válidas, todas. Sobre todo dependiendo del momento, claro está. Y pueden ser, y son, múltiples y variadas.

El para qué hemos nacido solo tiene una respuesta y no es variable, ni fluctúa con las idas y venidas de los valores mundanos.

Este objetivo tiene que ver con nuestro corazón, con nuestro espíritu y va más allá de que lo que mente razonable quiere abarcar.

Y no hay nada en este mundo que pueda modificarlo, ya que es algo de nuestra esencia, algo con lo que venimos al mundo, quizá algo de otras vidas para sanar ésta…

O quizá incluso no sea cierto lo que escribo y que ese «para qué» esté construido desde la infancia y sea lo que nos permite convertirnos en seres trascendentes.

O, para finalizar, que sea algo que nos catapulte al ser sublimes desde el momento que nuestro «para qué» se convierte en nuestra misión en la vida.

Creo que todos tenemos una misión, un para qué, y corresponde a nuestro trabajo interior el averiguarlo. Y cuando lo conseguimos todo, nuestro ser se hace pequeño por la grandeza de la Vida y se expande para conectarnos con el Todo, con la Conciencia de la Humanidad.

No es un camino fácil seguir nuestra misión y, al mismo tiempo, todo lo demás tiene poco significado, al haber encontrado nuestro para qué.

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