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Inspiraciones – Maestros en mi vida

 

Dana Jakubick

Conocí a Dana a finales del 2000, gracias a mi intuición y necesidad, y porque tenia que encontrarme con alguien que me cambiara la vida para bien. Y ella lo hizo.

Mi recorrido hasta aquel entonces había sido un mirar hacia fuera buscando un «no-se-qué». Ella consiguió que mirara hacia dentro. Y lo hice tanto que, gracias a su acompañamiento, llegué a cambiar hasta mis creencias más profundas, «le di la vuelta a la chaqueta», como me dijo otra buena amiga.

Polaca de origen y afincada en España desde hacía décadas, no tuvo una vida fácil y eso explica, como en muchas otras ocasiones, el talento que tenia para acercarse a los demás. A los que querían realmente cambiar, claro está. Para los demás no había opción: o entrabas o no entrabas y te perdías esa posibilidad de encontrarte a ti mism@.

Dana me enseñó lo que sabia, ya que le propuse que fuera mi profesora  y ello lo hizo sin cobrarme un céntimo. Gracias a ella conocí y pude trabajar posteriormente con Alejandro Jodorowsky y su hijo Cristobal… conocí las Plantas Sagradas y muchas experiencias más que me hicieron conectarme también con mi espiritualidad dejada de lado,…con su compañía siempre amorosa.

A los pocos años nos hicimos amigos (la foto es de mi boda de 2009) y poco a poco quise que se convirtiera en mi modelo para mi siguiente paso profesional. Y así, fue, fui dejando poco a poco la universidad y el teatro y aquí me tenéis.

Siempre que comenzaba un nuevo paso profesional en el campo del desarrollo personal o de la terapia, contaba con su apoyo y recomendaciones.Generosa y alegre.

La quise como profesora y amiga, como coach (¡cómo le molestaba esa calificación!) y como terapeuta, como compañera profesional y como persona.

Dana ha muerto hace unos meses (mayo de 2023) dejando un enrome vacío y un profundo agradecimiento a los cientos y cientos de personas a las que ayudó a verse en un espejo para ser mejores y crear un mundo más humano.

Sobran mas palabras.

 

John Fowles (1926-2005)

Siempre he intentado ocurrirle yo a la vida, pero comprendo que ha llegado el momento de dejar que la vida, con todas sus cosas, me ocurra a mí.

Fowles fue un escritor experimental y vanguardista el artista de riesgo, aquel que, a través de una historia, examina todos los aspectos de la verdad como mejor sabe hacerlo. Un artista que indaga sobre el libre albredrío y deja al lector con esa libertad en sus manos.

Escribió La mujer del teniente francés, El coleccionista y una obra muy querida para mí, El mago. Esta novela te sumerge en un juego de máscaras y de espejos.

Te lleva a una Grecia en la que, su protagonista experimenta un rito de iniciación a la vida, una transformación poderosa. Se trata de un viaje, al inconsciente humano a través del thriller, donde el protagonista va conociendo cuál es el lugar del ser humano en la existencia.

El lector que entra en ese mundo de metáforas y símbolos, disfruta de ese juego de las apariencias.

Y es que, sólo si se está preparado se podrá digerir tamaña lección ya que, el mundo egocentrista que vivimos nos aleja de la comprensión metafísica.

Fowles me fascina también por los guiños teatrales a Pirandello y Brecht y, sobre todo, a La tempestad, de Shakespeare: «Tú eres una persona que no entiende qué significa la libertad. Y, sobre todo, que cuanto más entiendes qué es, menor es el grado en que la posees.»


Antonio Regalado (Madrid, 1932- Estepona, 2012)

Un regalo en mi vida. Este filósofo, nacido en España, bajo la influencia del circulo unamuniano, tuvo que exiliarse con su familia, durante la Guerra Civil estableciéndose en EEUU. Allí estudió en Harvard y se doctoró en Yale.

Fue catedrático de literatura española en la New York University. Entre otras, escribió, El laberinto de la razón: Ortega y Heidegger. Y, sobre todo, para mí, Calderón y los orígenes de la modernidad en el Siglo de Oro, donde le da la vuelta a un autor vilipendiado por retrogrado y lo convierte en un precursor del mundo moderno, por delante de Shakespeare.

Le conocí a principios de los años 80 en Madrid, siendo el director del programa de la Universidad de Nueva York en España. A los pocos años de nuestro encuentro, me ofreció trabajar con los estudiantes americanos haciendo teatro con ellos.

Nuestra amistad duró años y durante ese tiempo, Antonio me enseñó a pensar como un filósofo. No sé si lo conseguí. Lo cierto es que, me dio la base para poder ver la vida, desde todos los ángulos posibles ya que, en su mente todo era observado y observable.


Eugene O’Neill

(Nueva York, 1888- Boston, 1953) dramaturgo Premio Nobel de Literatura y cuatro veces del Premio Pulitzer.
Creer en el sentido común es la primera falta de sentido común

O’Neill es el primer autor, al que yo dirigí en mis clases con William Layton en Madrid en los albores de mi carrera, como director escénico.

Su obra Más allá del horizonte, me hizo ver claramente que, los silencios son más importantes que las vacuas palabras con las que llenamos en ocasiones nuestras vidas y, sobre todo, que los sueños hay que cumplirlos.

En su teatro, el factor Destino funciona como en la tragedia griega: Nadie escapa al suyo. Es especialmente en su pieza autobiográfica, Viaje del largo día hacia la noche, donde este concepto de tragedia moderna, aparece con mayor fuerza. En ella está representado un día de su familia, sus miserias y dolores.

Todos culpabilizan a las circunstancias de sus desdichas, o se acusan mutuamente de ser los causantes de su desgracia, sin darse cuenta de que son ellos mismos, los que, no se quieren ver ante el espejo y contemplar sus limitaciones y errores. En otros términos: O’Neill se muestra aquí, consciente de que el Hado está dentro, y no fuera, de nosotros.

Es la única obra de teatro con la que he llorado leyéndola.

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