Del yo al nosotros: hacia una espiritualidad sistémica y colectiva
🌍 ¿Y si la autoayuda nos está alejando de la humanidad?
Vivimos tiempos en los que la espiritualidad y el crecimiento personal se han vuelto moneda común en esta parte del mundo. Meditamos, hacemos retiros, leemos libros, devoramos artículos, tenemos las redes con sus frases sentenciosas, hacemos mindfulness. Queremos sanar. Queremos encontrarnos.
Pero, en medio de esta búsqueda interior, algo importante se está perdiendo. Algo que tiene que ver con los otros, con el mundo, con el campo más grande al que pertenecemos.
¿Y si, en nuestro afán de autoconocimiento, estamos olvidando que también somos parte de un sistema mayor? La paradoja es inquietante: cuanto más intentamos sanar por dentro, más riesgo corremos de perdernos fuera.
🧩 El riesgo del individualismo espiritual
Cuando la espiritualidad se convierte en una carrera por el “despertar” individual, se transforma en una práctica solitaria, incluso elitista. El foco exclusivo en la “sanación personal” nos puede aislar del mundo real, de los otros, de sus necesidades.
He conocido personas profundamente comprometidas con su bienestar personal, que sin embargo viven desconectadas del sufrimiento de los demás. Personas que “sanan su linaje”, pero no escuchan a su vecina. Predican el desapego mientras ignoran la soledad de los mayores o las injusticias sociales. Que “alinean sus chacras”, pero se olvidan de sus raíces sociales.
Una espiritualidad que calma… pero no compromete. Una espiritualidad desarraigada que produce una burbuja.
¿No estaremos olvidando que también somos parte de un cuerpo más amplio?
🔍 El trauma social: una herida colectiva que también es nuestra
Bert Hellinger, entre otros, en Después del conflicto, la paz, señala que los grandes traumas históricos —guerras, genocidios, desplazamientos forzados— no se evaporan. Permanecen, latentes, afectando al alma colectiva. Se heredan sin palabras, sin relatos, pero con fuerza invisible.
Sanar lo personal sin mirar lo colectivo es como curar una herida superficial mientras la infección sigue dentro.
Cada uno de nosotros carga con fragmentos de esas heridas no reconocidas del sistema: el exilio del abuelo, el silencio sobre una dictadura, la discriminación sufrida por nuestros antepasados. Esos traumas no son “de otros”. Nos habitan. Nos configuran.
⚖️ El juicio: una barrera para la reconciliación
Una de las formas más comunes de no mirar el dolor colectivo es refugiarnos en el juicio. Clasificamos a los otros en buenos y malos. Señalamos al perpetrador y nos colocamos del lado de la víctima. Y así, nos sentimos justos. Pero fragmentamos el campo. El sistema. Y me estoy refiriendo al Sistema Humanidad.
Como recordaba Hellinger, incluso los perpetradores forman parte del sistema. No se trata de justificar el daño, sino de mirar con profundidad: ¿qué historia hay detrás de cada acto? ¿Qué contexto, qué heridas no vistas?
No hay reconciliación sin inclusión. No hay inclusión con juicio.
“Una utopía verdaderamente transformadora no puede nacer del resentimiento ni del castigo, sino de la capacidad de mirar al otro —también al que excluimos— con ojos nuevos.”
¿Y qué hacemos entonces con lo irreparable?
¿Cómo mirar una masacre o un genocidio sin justificar ni repetir el trauma? El pensamiento sistémico nos ofrece una vía dolorosa pero transformadora: incluir sin absolver, mirar sin odiar. Honrar a las víctimas no es convertirlas en bandera de venganza, sino darles lugar en la memoria viva del sistema. Incluir al perpetrador no es perdonar su acto, sino comprender el campo que lo permitió y, desde ahí, cortar la repetición.
🌐 Las constelaciones sociales: ver lo que el ojo no ve
Como escribí en mi artículo sobre constelaciones sociales:
“Un sistema no cambia porque sus miembros se esfuercen en ser mejores personas. Cambia cuando se reconoce lo que estaba excluido y se honra lo que fue.”
Las constelaciones sociales no trabajan con personas. Trabajan con campos. Con símbolos. Con fuerzas invisibles que mueven la historia.
Nos enseñan que no estamos solos. Que lo que sentimos muchas veces no es “nuestro”, sino del sistema al que pertenecemos.
Curiosamente, no son muy populares. Pocas personas se han acercado a mis talleres en los dos últimos años, aunque todas reconocen su importancia, valor y utilidad.
🧭 La jerarquía de los sistemas: humanidad como sistema superior
En el pensamiento sistémico, cada ser humano pertenece a múltiples sistemas: familia, comunidad, nación, religión, cultura… Pero todos esos sistemas están contenidos en uno mayor: la humanidad. Y a su vez, la humanidad forma parte de un sistema aún más grande: la vida en la Tierra.
“Curiosamente” son los sistemas que no vemos, los excluidos en las Constelaciones Sociales que he facilitado. Cuando queremos plantear el tema , el conflicto a «constelar», ya nadie se acuerda del Clima, de la Madre Tierra.
Recordar que la Humanidad es el sistema superior nos permite tomar decisiones con mayor consciencia, compasión y responsabilidad. Nos recuerda que todo está interconectado.
🤝 Hacia una espiritualidad inclusiva y sistémica
En mayo de 2011 llegaba de un viaje y la salida del metro de Sol en Madrid estaba cerrada. Me até a mi hijo de un mes al pecho en su mochila y bajé a ver qué ocurría. Vivo a cinco minutos de la plaza. Las primeras acampadas del 15M estaban tomando forma.
Me acerqué a varias personas a preguntar qué estaban haciendo. Comenzaban a cenar y querían compartir con nosotros sus bocadillos. Me preguntaron por el bebé y se me ocurrió decir, entre bromas, que era la primera manifestación a la que asistía. Entonces, uno de los muchachos, con una mezcla de ingenuidad, claridad y orgullo, me respondió:
“Y si ganamos, será su última.”
Hacía décadas que no veía ese sentimiento utópico de forma tan palpable. No como idea abstracta, sino como gesto compartido. Como bocata repartido. Como mirada limpia entre desconocidos que, sin decirlo, sabían que estaban construyendo algo juntos.
¿Dónde está esa forma de sentir hoy?
Sepultada, tal vez, bajo esta avalancha de distopías: series que anticipan el colapso, redes saturadas de cinismo, noticias que superan la ficción. Más fácil imaginar el fin del mundo que una comunidad nueva. Más rentable emocionar con el desastre que con el cuidado.
Pero la utopía no ha muerto. Solo ha sido desplazada.
Y sin embargo… el cuerpo, el mío al menos, la sigue buscando.
Porque el alma colectiva necesita una visión hacia la que caminar. No un optimismo ingenuo, sino una posibilidad compartida. Un relato donde el otro no sea amenaza, sino compañero de camino.
Volver al círculo
No necesitamos más fórmulas de autoayuda. Quizá estén todas escritas ya en los clásicos grecolatinos.
Necesitamos volver al círculo. Recordar que mi sanación no está completa si no sana también el campo del que vengo.
Una espiritualidad sistémica no se conforma con sentirse bien. Nos llama a lo incómodo, a lo excluido, a lo que dolió y fue negado. Nos empuja a mirar más allá del espejo. A mirar al otro. A volver al otro.
Desde ahí, sí: construir una utopía. Pero no una utopía privada, individualista y desconectada. Sino una utopía compartida, donde espiritualidad también signifique solidaridad, verdad, comunidad, justicia universa, humanidadl y acción.
Como decía mi padre:
“La utopía de hoy será la realidad de mañana.”
Y esa utopía —si la queremos— empieza hoy, cuando dejemos de sanar solos y actuemos para superar las barreras, para transcender las polaridades. Cuando reconozcamos que, de verdad y en todos los sistemas, todos somos Uno.
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Para ampliar el tema:
https://psicologiaymente.com/social/trauma-colectivo
https://focuslgbt.com/es/blog/caos-y-cuidado-de-nuestro-yo-espiritual/
Querido Luis:
Al leer tus reflexiones no se me v ade la cabeza el cuadro de Goya de las dos personas dándose garrotazos con las piernas enterradas para no poder eludir los golpes. Imagen bestial que deja de manifiesto la polarización al límite.
Los años cumplidos me alejan de las utopías, personalmente me da pena pensar en la imposibilidad de una humanidad donde todos podamos pertenecer con un proyecto común independientemente de los matices de cada uno. En el fondo nuestras diferencias son solo eso, matices.
Besos y abrazos
Querido Ivan, mil gracias por tus palabras. Efectivamente, el cuadro De Goya es un claro exponente de lo que «siempre» se ha vivido en España: el patrón «guerracivilista» nos sacude por dentro a todos. Tengo varios artículos en este blog sobre el tema, incluso uno con el cuadro mismo.
Por otra parte, es una lastima que asocies la edad con la falta de pensamiento utópico. ¿Qué paso para que lo perdieras? ¿Donde se quedó? ¿Qué es más fuerte tu pasión o las experiencias?
Bueno, lo dicho: Besos y abrazos!