Ser tú mismo. Autenticidad para la Comunicación.
Tomo el título de un artículo de mi querido Juan Carlos Cubeiro. Ha sido el prologuista de mi último libro Habla en público siendo tú mismo, y ha escrito estas palabras para la presentación del mismo en Madrid. Muchas gracias, amigo.
“Tal como declaro en el prólogo de este valioso libro, conocí a Luis Dorrego no desde una amable invitación a conversar o a conocernos en una fiesta por amigos comunes, sino desde la fuerza de una obra suya anterior (que “me encontró” en unos Grandes Almacenes), de la presentación de la misma aquí en la capital de España y de un taller sumamente práctico precisamente sobre cómo hablar en público y aprovechar nuestros recurso, que para una persona que da conferencias desde hace más de 30 años podría carecer de utilidad y sin embargo me puso “patas arriba” la forma persona de comunicar a los demás, sea cara a cara o en mayores audiencias, porque me hizo ser más yo.
El libro que hoy presenta Luis Dorrego es revolucionario.
Sí, revolucionario, no tanto por la primera parte de su título, ‘Hablar en público (podemos adquirir 665 textos en el mercado con esa pretensión, desde el clásico de Dale Carnegie hasta el del exministro Manuel Pimentel, pasando por el muy práctico “Método Bravo” de Mónica Galán) sino por la segunda, “Siendo tú mismo”. Toda una Utopía, en el sentido de Tomás Moro, patrón de los gobernantes: el “no-lugar” al que debemos aspirar para seguir avanzando, el faro que nos ilumina (los gallegos nos remitimos, consciente o inconscientemente, a la Torre de Hércules, la lumbrera más antigu, que inspira a La Coruña desde hace más de 2.000 años).
Porque esta nueva Era en la que el Talento es más valioso, por escaso, que el Capital, esta nueva Era que hemos bautizado como Talentismo y que está sustituyendo paulatinamente al capitalismo agonizante, convive con la que el filósofo Guy Debord llamó ‘La sociedad del espectáculo” (nuestros compatriotas pasan el equivalente a 167 días al año mirando pantallas) y con la Mediocracia, llamada así por el pensador quebequense Alain Deneault. Un triple devenir de mediocridad mayoritaria, abandono al mero entretenimiento e impacto del talento.
Y lo que nos propone Luis Dorrego desde su nueva obra es la sinceridad y la autenticidad. Ahí queda eso.
Sinceridad. Hay una falsa etimología (también en esto del origen de las palabras ha habido “fake news” a lo largo de la Historia) que atribuye el concepto “sinceridad” a la imaginería española del Renacimiento, de la época del Imperio de Carlos I y Felipe II. Dada la dificultad del noble oficio de esculpir, cuando los escultores cometían un error al trabajar en su obra, lo subsanaban con un pegote de cera para que no se notara el fallo. Así, una escultura “sin-cera” era una obra pura, sin remiendos, el trabajo de un auténtico artista. El relato es imaginativo, si bien anda lejos de la realidad. Porque Cicerón, coetáneo de la Torre de Hércules, ya escribió en su Tratado sobre la Amistad que “todo lo fingido y falso puede distinguirse de lo sincero (sinceris, en latín) y verdadero”. Los antiguos romanos, tan sabios y tan prácticos, consideraban que la sinceridad era la cualidad de lo puro y libre de mezcla, como los germanos que describía el historiador Tácito y sus bisnietos actuales, votantes de la señora Merkel.
La sinceridad es condición necesaria, imprescindible, mas no suficiente. La sinceridad puede convertirse en “sincericidio” si no cuenta con la autenticidad, que está en el corazón de nuestro propio liderazgo.
Hace falta Autenticidad, vocablo que procede del heleno“authentikós”, de Auto- (uno mismo, una misma) y -Tikós, el poder absoluto. Ser auténtico, como nos enseña Luis Dorrego respecto a nuestra comunicación, significa autogobernarnos. Pasar del miedo, tal vez del terror, a hablar en público a amar la comunicación como contacto con otros seres humanos. Cuestión de serenidad, de empatía, de práctica hasta generar nuevos hábitos, de Educación en definitiva. Una travesía que, si bien merece esfuerzo, cuenta con esta guía de Luis a modo de carta de navegación para alcanzar puerto y aprovechar la oportunidad.
A los estudiosos del talento, como ese “ponerte en valor desde lo que sabes, puedes y quieres hacer”, nos gusta también distinguir conscientemente entre persona y ser humano. En el siglo XIII se tomó prestado del latín “persona” como “máscara de actor”, término de origen etrusco.
Para vivir en sociedad, las personas jugamos un rol, interpretamos un papel.
Shakespeare escribió en ‘Como gustéis su célebre; “All the world’s a stage, and all the men and women merely players” (Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores).
“Humano” viene de “humus”, la tierra orgánica, la que se cultiva. Por tanto, en la raíz de lo humano está aprender constantemente, lo que hoy llamamos “Learnability” o “Aprendibilidad”. La humildad es seguir aprendiendo constantemente, de un curso, de una buena conversación o de un magnífico libro como éste. El/la ignorante, quien va exclusivamente a lo suyo y no se ocupa del bien público, ya era calificado por los antiguos griegos, sin ánimo de ofender, como “idiota”. Idiotas que, lo que no saben, lo improvisan.
Apelemos al conocimiento, al aprendizaje, porque como dijo el Rector Unamuno, de nuevo de moda “mientras dure esta guerra”, “La libertad no es un estado sino un proceso; sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamientos”.
En fin, apelar a la sinceridad y a la autenticidad, como hace el maestro Luis Dorrego al que admiro y quiero, es revolucionario. Porque, como escribió otro maestro, George Orwell, en tiempos de engaño universal decir la verdad (proponer la verdad) es en sí mismo un acto revolucionario. La verdad que conecta la amplísima experiencia del autor de este libro que aquí se presenta. Más de 30 años de dirección teatral le contemplan, con el talento de una experta en comunicación de “triple A”como quien lee estas líneas, la fantástica Alexia Acosta Anaidjan. Gracias, Alexia, por tu dedicación, brillantez y valentía.
Voy acabando con dos peticiones.
La primera, como nos ha enseñado el maestro Luis Dorrego a sus alumnos, que desterremos la simpleza del “Bien” cuando nos preguntan cómo nos sentimos. La emoción es una paleta de colores mucho más rica que una respuesta automática. Pintemos nuestra vida, no le demos un brochazo.
Y la segunda, el lema personal del maestro Dorrego: “Creo en un mundo donde el Amor conduce a la Libertad”. Hablar en público eficazmente puede servir al maquiavélico “amor al poder” o puede concedernos el Poder del Amor. Elijamos lo segundo. Amor por nuestros semejantes, por nuestros proyectos, por nuestro planeta. El Amor que mueve el Sol y las estrellas, como escribió Dante en su ‘Divina Comedia’ y por ello provoca una revolución astronómica.
Gracias, querido Luis, por contar con nosotros y disculpa no haber podido estar en persona”.
Aquí tienes la entrada completa en su blog Hablemos de Talento