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Vivimos en el sufrimiento demasiado tiempo y nos olvidamos de salir del sufrimiento y ser feliz con los momentos tan grandes que experimentamos escondidos en las pequeñas cosas.

Nuestra narrativa está compuesta de recuerdos dolorosos. Nuestros pensamientos son en un 80% negativos. Nos contamos la película de nuestra vida, en muchas ocasiones, de forma dramática o trágica. Es decir, vivimos de forma un tanto primitiva.

Si nos paramos a pensar, podemos admitir que nuestro cerebro racional ha evolucionado en estos millones de años. Sin embargo, el cerebro límbico, el emocional se ha quedado anclado en la época de las cavernas. Reaccionamos ante lo desconocido, ante lo anticipatorio, con el mismo miedo que si de un mamut se tratara. En el comienzo de los tiempos era necesaria la supervivencia, por lo que nuestro cuepro necesitó aprender a huir y a defenderse gracias a las emociones. Hoy los peligros son mínimos comparados con la Edad de Piedra y nuestra parte emocional se ha quedado encallada en ese pasado. También una forma de pensar, de mirarnos a nosotros mismos, parece instalada en esos tiempos.

Por ahora, seguimos perdidos sin saber quiénes somos y para qué estamos en el mundo.

Salir del sufrimiento y ser feliz

Es como si esa mentalidad primitiva siguiera haciéndonos mella. Esta forma de vida, sin sentido último, es como una especie de fatalidad, un espacio donde nos sentimos limitados y no llegamos a ser como los dioses. Cierto que al comienzo adorábamos las maravillas naturales, el Sol, la Luna, etc. pero aquello progresó y pasamos a crear dioses a nuestra imagen y semejanza. La Grecia Clásica es nuestro referente occidental. Allí, entre otros existían los dioses, los semi-dioses, los héroes, y los humanos. O tu madre se liaba con Zeus para engendrarte o no había forma de escapar al destino fatídico. Tampoco es que los demás heroes pudieran hacer mucho más, la verdad.

Esta forma de pensar el mundo se reflejó a través del teatro en forma de tragedia y drama. La tragedia , como he escrito en otras ocasiones , es el género que permite vernos en un espejo y sanar a los seres humanos. La catarsis, el darse cuenta, el reconocimiento, provienen de esas obras escritas hace 2.500 años. En su dramaturgia, tenemos a un protagonista que lucha contra su destino. Este, al ser superior a él mismo, es imposible de vencer y perece «trágicamente». Es decir, hay algo superior a nosotros, los dioses, el propio destino, que no puede ser vencido.

Esta mentalidad nos aleja de la realidad y, por supuesto, de la felicidad.

Muchas personas creen que hay situaciones, circunstancias que no se pueden modificar, incluidos ellos mismos.

Posteriormente llegó el cristianismo y, aunque aparentemente nos salvaba de la fatalidad ancestral, creó la culpa que arrastramos como otra maldición que nos lleva a la desgracia. El sufrimiento se convirtió en una forma de salvación. Y en una forma de vida. Un destino que no se puede modificar, una culpa que solo se puede limpiar mediante el sufrimiento y ya tenemos una pócima limitante para la vida. Unas gafas de colores para no ver la felicidad que nos rodea y que se encuentra dentro de nosotros.

De todas formas, estas creencias funcionaron durante un tiempo, unos 1.900 años para ser un poco más exactos, hasta que Nietzsche apareció para «matar a dios» y lo que quedaba de creencias religiosas en occidente. Y nos dejó un poco más perdidos, si cabe. La ausencia de un «dios» salvador, la posterior caída de las ideologías también como medio de solucionar nuestros problemas, nos conducen a un sólo objetivo: nosotros mismos.

Hoy vivimos un momento especial, lleno de posibilidades.

Al conocer mucho más cada día cómo funciona nuestro cerebro y nuestro cuerpo comenzamos al albergar la idea de que podremos dirigir nuestra vida y dar un salto evolutivo en nuestra especie.

Los cursos de crecimiento personal, la psicología, las nuevas terapias, nos hacer ser más y más dueños de nuestro destino. Podemos, y lo estamos haciendo, salir del sufrimiento y encontrar la felicidad, conociéndonos a nosotros mismos en lo más profundo.

Lo que sucede es que no es fácil , claro.

Asumir las riendas de nuestra vida exige un compromiso. Hacerme cargo de mi destino es algo propio de dioses, al menos, de héroes y heroínas.

Es algo que Federico García Lorca mostró muy claramente en su tragedia Yerma. Allí, la protagonista, se hace dueña de su destino cuando se conecta con quien es ella realmente. Durante toda la pieza quiere ser otra mujer, no acepta su esencia. Al final, al darse cuenta de la realidad, deja ir sus ideas y se abandona al ser: «Voy a descansar sin despertarme sobresaltada…»

Entre nuestra esencia, que no destino, y nuestro yo hay un camino que recorrer para alcanzar la felicidad. Un camino, quizá donde veas el dolor y lo sientas, pero no imposible de superar y tampoco lleno de sufrimiento. Es un camino vital para re-conectarte contigo mismo. Yo te invito a que lo hagas.

(Si quieres leer algo más de mis ideas sobre la felicidad entra aquí.)

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