¿Qué es hablar en público?
Puede parecer un tanto extraña la pregunta, sin embargo, pocas veces nos la formulamos. La mayor parte del tiempo nos dedicamos a buscar estrategia para llegar a la audiencia, y en la mayor de las ocasiones, a prepararnos a superar el miedo escénico a hablar en público.
Para mi, hablar en público, es competencia de tres factores determinantes en todos nosotros: Nuestro lenguaje (que según Paul Eckman es solo un 7% de la totalidad de nuestra comunicación, dejando el 93% restante a la voz y al cuerpo), nuestro cuerpo y nuestras emociones.
Y como hemos dicho en otras ocasiones, estas ultimas son las partes menos valoradas de nuestra comunicación.
Y, claro, el mensaje, ¡cómo vamos a dejar este maravilloso espécimen en manos de las emociones que vivimos en nuestro cuerpo! ¡Por favor, si somos puro intelecto! ¡Si esto nos rebajaría a la altura de los mundanos a los que se les nota todo!
Cierto, es mejor esconderse detrás de las palabras.
Hay que preparar tantísimo el mensaje, el texto, que nos olvidamos de nosotros mismos.
De la real preparación que consiste, entre otras cosas, en adecuar nuestro mensaje a lo que sentimos, a ser coherentes con nosotros mismos (pensamiento, lenguaje verbal y no verbal y emocional) y no ser incongruentes en nuestra comunicación al estar pensando en cómo nos sentimos, o en el texto, o en salir corriendo de la sala.
Y es en estas ocasiones en las que nos olvidamos de una parte muy importante de nuestra comunicación: Los demás.
Efectivamente, los otros, el público. Porque para ellos hablamos en público.
Sean quienes sean, ora unos jefes y compañeros de trabajo, ora un tribunal de oposiciones. Colegas en un bar, o familiares y amigos en una boda. No hay diferencia, para ellos intervenimos públicamente.
Y desgraciadamente, en muchas ocasiones, a estos los convertimos en jueces, en críticos inmisericordes, en nuestros exigentes padres, en animales salvajes dispuestos a devorarnos en el escenario.
El acto de la comunicación es un acto generoso, es un acto de entrega hacia los demás. Consiste en dar lo mejor de nosotros mismos y eso lo olvidamos muchas veces. ¿O no? O ¿es que acaso no nos gustan los demás?
Cuando nos encontramos de charla con amigos o familiares (hablando en público) es lo que hacemos. Allí desaparecen las creencias sobre la gente y nos dejamos ir para convencerlos de que nuestras ideas o comportamientos son los mejores. Allí no hay miedo ya que somos nosotros mismos dando nuestra opinión y esencia.
Y ¿por qué no cambiar y hacer lo mismo en las demás ocasiones?
Los demás existen y están esperando nuestra intervención, nuestra entrega. En el ambiente laboral, nuestros conocimientos y experiencia, al igual que ante los tribunales. En una boda o celebración, nuestro cariño.
Lo que sugiero es que nos demos cuenta de cuánto damos de nosotros mismos cuando nos comunicamos en público y que hagamos ese acto tan humanos de acercarnos a los demás con lo mejor de nuestra esencia. Es muchísimo mejor que enmascararse por juicios y miedos, la solución puede ser poner un poco de amor en nuestras intervenciones.
Existe esta frase en la que yo creo: «Lo que no es amor es miedo». Hablemos entonces en publico con el amor más hermoso y humano que poseemos. Los demás nos lo agradecerán.