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¿Cómo vivir la culpa y la expiación para ser felices? Parece un poco extraño, ¿no? Y al mismo tiempo es increíble observar la cantidad de veces que nos sentimos culpables y la de ocasiones en que caemos en la expiación. Nuestra cultura lo permite y lo solicita de nosotros, de nuestras conciencias. Lo opuesto es sentirse inocente, es decir, hacer las cosas «bien». Si nos sentimos culpables es porque hacemos las cosas «mal» o no cumplimos con los mandatos. Y, en ocasiones, hay que hacerlo para llegar a la felicidad.

Este sentimiento de culpa nace dependiendo de lo que me hayan inculcado como niño. Y de lo que haya ido creyendo, avanzando la edad, como «bueno» o «malo». Es una experiencia totalmente subjetiva que activa nuestro miedo. Los padres, educadores, la propia sociedad alza su dedo acusador para determinar la moral de lo bueno. Este hecho es una de las causas por las que desde niños dejamos de vivir según lo que sentimos, y aprendemos a desconectarnos inconscientemente de nosotros mismos para poder cumplir con lo que los demás imponen. Asimismo también es una forma de mantener un equilibrio social. Si me siento culpable me enmendaré para la próxima ocasión. Pero eso no nos otorga felicidad. Cómo vivir la culpa y la expiación para ser felices

Culpar a los demás es no aceptar la responsabilidad de nuestra vida, es distraerse de ella. Facundo Cabral

La culpa, desde el punto de vista cultural, nace con el judaísmo y se incrementa notablemente con el cristianismo, especialmente el católico. Es un sentimiento que nos ayuda a sentirnos de una forma incómoda, mal, y que nos ayuda a ser mejores. Estoy hablando de la moral social que nos obliga a ser buenas personas, no de la ética en si misma que es la guía para una vida radicada en la bondad para con uno mismo y con los demás. Posiblemente el aporte que hace el cristiano Bert Hellinger al  contemplar la culpa desde el punto de vista sistémico nos haga estar mas cerca de la ética aristotélica que de la moral platónica.

La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa. Sigmund Freud

El creador de la terapia Constelaciones Familiares afirma que la culpa es algo absolutamente necesario para poder crecer.

Muchas las religiones afirman que pueden desembarazarte de la culpa. Te prometen que, gracias a sentirla, te  puedes deshacer de ella. Eso sí, pagando un precio muy alto. Esto es lo que podemos  llamar sacrificio. El mejor ejemplo lo tenemos en Cristo que muere en la cruz y que debe de servir de modelo para todos. Aún así, sintiendo todo el sacrificio del mundo, no es posible deshacerse de la culpa porque tenemos que vivirla para convertirla en algo positivo. Es más, si llegamos a ser personas sacrificadas podemos caer en la expiación, como veremos más adelante.

Si nos detenemos en los principios sistémicos (Órdenes del Amor) que Hellinger aplica a los sistemas familiares observamos que la culpa es un elemento que nos sirve para avanzar.

Hellinger llama a estos principios sistémicos, Órdenes del Amor. Y es en el principio de pertenencia donde nos sentimos «bien» al pertenecer a una familia, a un sistema. En el momento en el que decidimos salir del sistema nos comenzamos asentir culpables. Sentimos que traicionamos a la familia  y llega la culpa. Las reglas que antes seguimos ya no nos sirven y salimos a otro sistema con otras reglas. Esto se ve claramente en la adolescencia. Por otra parte, los padres nos han dado todo, lo más importante: la vida. Y cuando no se la podemos devolver también nos sentimos con culpa. De esta forma se refleja el principio de compensación, el equilibrio entre el dar y el recibir.

«La culpa es miedo a a dejar de pertenecer, dejar de ser reconocido y perder la seguridad y la identidad», afirma Brigitte  Champetier de Ribes. Un niño tiene que vivir acogido, protegido, no lo puede hacer solo porque no sobreviviría. Sin embargo un adulto puede vivir sin necesidad de pertenencia antigua, Puede sentirse acogido a cualquiera que decida con su alma. Pare ello ha de hacer un esfuerzo que no todos quieren hacer. Precisamente ese sentimiento de culpa impide a muchos salir y crear su propio sistema. Prefieren seguir siendo niños y no «traicionar» a su sistema de origen, el primero. Prefieren seguir sintiéndose «inocentes» y no crecer, como niños. Para poder salir de los sistemas hay que aceptar el dolor de la pérdida, de la «traición». Un dolor que nos hace grandes ya que elegimos nuestro propio camino.

Ahí donde empieza el amor, deja de existir la culpa. Bert Hellinger

El terapeuta alemán afirma que esta es la única forma que tenemos para superar la culpa. Poner comprensión, aceptación y amor al hecho. En el juego del dar y el recibir cada uno asume su parte de responsabilidad. Si hemos hecho año a alguien solo nos queda admitirlo. Hacerse cargo del daño producido no cambia las cosas, el daño está hecho. El asumirlo nos hace responsables de los actos cometidos y eso nos libera de la culpa. Al hacerla nuestra se diluye.

Cada acto humano produce un efecto y ese puede ser benéfico o dañino. Asumirlos todos nos da libertad. Hacerlos nuestros con amor nos libera de una mayor responsabilidad, de llevar la carga de los otros. Y esto lo hacemos muy a menudo cuando pedimos perdón. (Puedes leer este post para profundizar sobre esto).

Justo en el momento en el que todo está saliendo bien y tienes tu sueño casi al alcance de la mano, hay que estar más atento que nunca. Porque, cuando casi lo hayas conseguido, vas a tener un enorme sentimiento de culpa. Paulo Coelho

De una forma cultural, queremos llevar la culpabilidad hasta sus últimos extremos. Y es diferente, sentir la culpa, la carga, la responsabilidad total por el acto cometido, que sentirnos culpables. Este sentimiento construido gracias a muchos pensamientos culturales, familiares, nos proyecta a un mundo muy egocéntrico. Sentir culpabilidad es algo que puedo conseguir que dure durante mucho tiempo en mi vida. Llevar la culpa, no.

También este sentimiento de culpabilidad nos puede conducir a la expiación. Existen dos formas de verla. Una primera, que consiste en querer desembarazarse de la culpa gracias a un tercero. Y una segunda, donde el ego se crece. En la primera aparece el sacrificio del inocente, el de los animales, el del Cristo,… ya que eran los dioses los que nos enviaban esas culpas y había que apaciguarlos. Hacer fuera la culpa a través de un sacrificio, una pena, un trabajo, como los penitentes de Semana Santa.

En otro orden de cosas, cuando la expiación es un sentimiento, este pertenece al ámbito de los perfeccionistas. Es una especie de autocastigo que solo satisface a uno mismo. No mira el objeto del daño, solo a su propia satisfacción. Y es gracias a ese daño auto infligido que se siente menos culpable. Cree que siente más dolor que la víctima y esa especie de perversión le tapa los ojos a una realidad donde hay más elementos. Donde están los demás. Sintiendo expiación no ve las consecuencias del daño. En suma, no se hace responsable de su acto. Además así, se aleja del amor.

Porque el amor que transgrede los sistemas y el amor que nos podemos dar a nosotros mismos para asumir culpabilidades de una forma adulta es el mismo que nos hará  avanzar en la vida para sentir el dolor cuando sea necesario y conservarnos fuertes en ese proceso. La inocencia del niño debilita, la expiación es una evasión.

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